No es plato de buen gusto para nadie. Nadie desea envejecer y, mucho menos hacerse viejo, pero sin embargo el tiempo pasa y no se puede detener.
Partiendo de la premisa de que
nadie quiere envejecer, podríamos decir que la infancia es el espejo recíproco al
que todos desearíamos volver. Nos vemos jóvenes, con toda una vida por delante,
al contrario que en la ancianidad donde ya vamos de capa caída.
La infancia nos deleita con su
juventud, todo un mundo cambiante y lleno de vida es lo opuesto al anciano. El
anciano es pasto de enfermedades y dolencias.
La juventud rebosa entusiasmo y
benevolencia y está llena de sabores e intercambios.
La juventud es atrevida, mágica y
fiel por naturaleza.
El anciano piensa que se le ha
acabado el brillo de u rostro y se lamenta del estado en que se encuentra, ya
que se da cuenta de que, aparte de perder movilidad, sus reflejos son más
lentos.
La ancianidad la podríamos englobar
en tres fases: a partir de los sesenta, de los setenta y de los ochenta en
adelante.
En los sesenta nada es
indiferente. El anciano o la persona es consciente de que los días han
cambiado. Ya no es el que era. Todo es más lento y difuso, pero una entrada en
los sesenta en plenitud nos puede preparar el camino a los setenta. En los
sesenta se hace acopio de todo lo que somos ya que no se puede volver hacia
atrás pero sí trabajar los sesenta de manera positiva y adjuntar recuerdos de
una vida pasada que nos pueden llevar a tener una vejez más apropiada.
Ahora en la ancianidad, no es tan
elemental como en el pasado, pero hay que buscar la manera de restar
importancia al asunto, disfrutar al máximo cada minuto de la existencia, sea de
un modo u otro.
Ya sé que es difícil pero no
imposible. Debemos de dar gracias a lo que somos y a lo que tenemos. Es obvio
que muchos vaivenes nos lo pueden poner muy difícil, pero hay que seguir
luchando y hacer uso del recuerdo, y enlazarlo con el pensamiento positivo de
lo que ahora somos.
Visualizar una imagen de nuestro
tiempo pasado haciendo referencia a lo que fuimos, nos refrescará un poco la
memoria y así nuestras deliberaciones de lo que somos ahora.
Ya adentrada en la vejez de
quienes nos han precedido (padres) y tomando ejemplo de sus vivencias, nos
sirve para aprender un poco más lo que tendremos que pasar nosotros.
Nacha Guevara, en su libro con
título 60 años no es nada detalla los sesenta como algo normal y sin
preocupación. El cambio es evidente y necesario.
Y, para terminar, solo decir que
la vejez solo hay que cumplimentarla como un trámite o pasaje más de la vida.
La persona que vive sola se adolece antes de la ancianidad.
👋

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